Tarde de perros

Me llega de un grupo de viejos (prefiero decir añosos) compañeros de facultad el siguiente relato anecdódico: José Stalin en una capacitación de dirigentes político-partidarios toma una gallina viva, la despluma metódicamente y dejando al maltrecho animal en el suelo le ofrece unos granos de cereal que la pobre picotea ávidamente. “Ven,” dice Stalin “cómo me persigue la gallina a pesar del dolor que le he causado. Así es la gente … sigue eligiendo a sus gobernantes y políticos a pesar del dolor que les causan por el simple hecho de recibir un regalo barato, una promesa estúpida o algo de comida.”

Cuando inicié este espacio de reflexión me prometí a mí mismo que no habría nada de política, nada de sexo y nada de religión. Siendo estos los principales temas de desacuerdos y enfrentamientos entre los seres humanos, y como viejo navegante, sé lo importante que es mantener a la tripulación unida. Especialmente cuando son (somos) casi 8000 millones en este barco … y sin botes salvavidas, al menos para todos (ver mi nota ‘Rajemos’)

Estoy a punto de violentar mi primera exclusión. Manteniendo sí el compromiso de no tocar temas de política doméstica … en lo posible. Pero ocurre que el planteo de la anécdota del párrafo inicial es absolutamente general … y lleva a conclusiones equivocadas. Y las consecuencias … todos saben que los errores de los médicos terminan en el cementerio, los de los abogados en la cárcel y los de los ingenieros … en general solo cuestan dinero (habitualmente mucho) … a veces también vidas humanas como en el caso del viaducto de Génova.

Los errores de los pueblos cuestan todo eso … más el recurso no renovable por definición que se llama tiempo. Si nos quedamos en la conclusión simplista de que es la personalidad de dirigentes y gobernantes la que determina el curso de la historia (es lo que parece desprenderse de la anécdota de Stalin) nos habremos quedado en la superficie del problema. La conclusión, de ahí, es que todo se resuelve no eligiendo dirigentes y gobernantes crueles, codiciosos, deshonestos, insensibles, sino todo lo contrario.

Esa respuesta nos deja tranquilos. Por varios motivos … el primero y principal que nos limpia de culpa y cargo poniendo ‘el mal’ afuera, en el dirigente corrupto, por caso. Pero no dice por qué cuernos seguimos eligiendo para gobernarnos o dirigirnos a tales personalidades.

Hasta que no consigamos reconocer que el dirigente es en realidad un emergente, alguien en quien simplemente se proyecta el deseo, sentir y pensar del colectivo social, volveremos a caer una y otra vez en esta falacia.

Me dirán que justamente José Stalin no fue un dirigente elegido democráticamente. Es cierto. También es cierto que tanto Hitler como Mussolini sí lo fueron. No parece hacer la diferencia. Y es evidente que ‘algo’ hizo que el pueblo ruso optara por seguir a un (cruel y despótico) hombre de acción, por delante de uno de pensamiento.

Es el mismo ‘algo’ por el que en cualquier momento histórico un Donald Trump sería una figura bufonesca, digna de las mejores comedias de Moliére. Aquí hubo más de cien millones de norteamericanos que lo siguieron y eligieron, no porque no sabían de su personalidad caó-tica, autoritaria, misógina y cruel, no a pesar de eso mismo, sino justamente porque Trump encarnaba (y tal vez aún lo haga) el deseo profundo (probablemente oculto) de cada uno. Si elegimos a un violento es desde nuestra propia violencia interna. Lo mismo si el elegido es cruel, corrupto, deshonesto. El dirigente nos representa no solo en sentido legal sino también como proyección psicológica.

Lo expuesto también se ve confirmado desde dirigentes de otro tipo. No hay que ir muy lejos: El ‘Pepe’ Mujica respetado por propios y ajenos, planteando claramente que ser político no es un oficio (como sí lo es ser albañil, constructor o mecánico … significativos los ejemplos elegidos). Ricardo Lagos en un Chile aún lamiéndose las heridas de la sangrienta dictadura y retirándose con casi un 90 % de aprobación. Nelson Mandela para quien tras 3 décadas de cárcel lo más ‘facil’ hubiera sido lanzar una cacería contra la minoría blanca de Sudafrica y en cambio construyó una red de reconciliación, a sabiendas que no llegaría a ver el final del camino. Ghandi con su resistencia pacífica contra el colonialismo británico al frente de un pueblo devastado por sus propias divisiones internas. Franklin Delano Roosvelt y Jimmy Carter. Angela Merkel. Y la lista sigue.

Lo que tienen de común los mencionados (hay unas cuantas ausencias cuidadosamente in-tencionadas) es que supieron ser constructores de consensos al frente de naciones devastadas por profundos enfrentamientos internos y externos. Pero nuevamente, aportaron coraje, inteligencia, paciencia, trabajo duro para ocupar un puesto en que fueron puestos por sus pueblos. ‘Elegidos’ no como resultado electoral de un aritmético recuento de votos sino como depositarios de los profundos deseos de sus pueblos.

Si no conseguimos movernos en esta dirección – y hablo de la humanidad en su conjunto, no solo de nuestro país – repetiremos una y otra vez la elección por aquellos que en definitiva nos maltratan. Tenemos que encontrar y erradicar al maltratador interno. Cada uno por sí, y todos juntos. Solo así – tal vez – cerremos grietas.

Si no lo hacemos … bueno … será como en ‘Tarde de perros’ (Sidney Lumet – Al Pacino – 1975) que los secuestrados se ‘enamoran’ de sus captores. Hasta que truene el escarmiento porque a la larga … los seres humanos no somos gallinas.

Ing. Ernesto Pablo Bauer
Profesor Regular Asociado Recursos Humanos – Fac.Ingenieria – UBA
Consultor y Divulgador Tecnológico