Dias atrás una revista dominical publicó una simpática nota ecológica, presentando el concepto de ‘huella de carbono’, como una forma de medir la cantidad de gases de efecto invernadero que se generan a lo largo de la cadena productiva completa de cualquier bien o servicio. Mas allá de los disparates que habitualmente crecen como yuyos alrededor de cualquier cuestión científica (en este caso hay quien pretende adjudicar responsabilidad preeminente en el fenómeno del calentamiento global a los 50 millones de vacas argentinas, cuyo proceso digestivo efectivamente produce metano – la ‘vedette’ entre los gases de efecto invernadero), lo cierto es que hoy solo se discute si las consecuencias en el corto y mediano plazo serán gravísimas o catastróficas. Si ya hemos pasado el punto de no retorno o si aún hay algo que se pueda hacer para atenuar las consecuencias del fenómeno. Si solo será cuestión de ‘acostumbrarse’ y ‘repartir el daño’ o si por el contrario en pocas décadas más la vida inteligente ( ¿? – Bueno, esto es tema de otra nota) habrá llegado a su fin.
Lo simplemente observable es que aumentó drásticamente la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, por ejemplo las tormentas tropicales en Buenos Aires. Que si bien los veranos no son mucho más calurosos en nuestras latitudes, los inviernos son mucho más cortos y más templados. Que las otrora zonas agrícolas por excelencia padecen sequías e inundaciones. Dentro de todo la situación es benévola con nuestra región … Africa y el hemisferio norte aparecen hasta ahora como las más castigadas.
Ya no puede soslayarse el hecho de que es la mano del hombre la principal causante del calentamiento global. Las voces que hablaban de ‘fluctuaciones cíclicas’, los fenómenos del Niño y de la Niña’ y disparates semejantes, fueron acallandose en los últimos años. Ahora ya ‘se sabe’ y poco y nada es lo que se está haciendo. Claro está, si tan solo los Estados Unidos (con menos del 5 % de la población del planeta) es responsable por el 25 % de la emisión de GEI (gases de efecto invernadero), qué podemos esperar. Y los mismos que hasta hace poco negaban, ahora pretenden instaurar un sistema de ‘compensaciones’ de forma tal que los países tengan ‘cuotas’ y que quien emita por encima de su cuota lo compense comprando créditos a algún país ‘limpio’. Una suerte de ‘permiso para contaminar’ dentro de la absurda lógica del capitalismo salvaje.
Tratamos al planeta como si tuvieramos uno de repuesto esperándonos en la otra cuadra ! Cobremos conciencia de que no es así. Que si este planeta se vuelve inhabitable, nosotros mismos, o nuestros hijos o nietos dejaremos de existir. Con el agregado de que seguramente los últimos años serán particularmente horrorosos gracias (¿?) a la previsible lucha por las últimas gotas de agua potable y el último pedazo de tierra no inundado ni desertificado.
Por una parte hacen falta cambios estructurales. Hemos desguazado nuestros ferrocarriles a sabiendas que un tren de carga produce exactamente el 5 % (o sea 20 veces menos) GEI que los camiones que transportan la carga equivalente. Sin perder de vista que los más de 20 muertos diarios en ‘accidentes de tránsito’ (la definición establece que si es evitable, no es accidente) también son contaminantes, por así decirlo, del tejido social. Reforcemos la red de transporte público … un tren subterraneo podría transportar entre 500 y 1000 personas; claro está, si se pudiera viajar en condiciones más o menos decentes … si no, el que puede prefiere el automóvil particular, contaminando entre 30 y 50 veces más.
Y usemos la tecnología … por fin llegamos al punto que verdaderamente me compete. Teleconferencia en lugar de encuentro cara a cara. ¿ Sabían que una hora de automóvil – es lo que se tarda en llegar de cualquier barrio al centro de BA – produce cerca de 10 kilos de GEI ? E-mail en lugar de correo sobre papel. Dejemos de imprimir los documentos … los árboles agradecidos. Facturemos electrónicamente. Hagamos transferencias en lugar de escribir cheques. Hagamos reuniones virtuales. Trabajemos desde casa (y fomentemos que lo hagan nuestros empleados). Activemos las opciones de ahorro de energía. Usemos lámparas de bajo consumo (aunque cuesten más y no sean tan bonitas como las incandescentes). Y así de seguido …
En fin, tomemos conciencia de que el tema no es asunto UNICAMENTE de los gobiernos y de los dirigentes. Sí, ellos deben ocuparse, pues para eso los pusimos donde están y les pagamos el sueldo y sus inmensos privilegios. Pero también es asunto de cada uno de nosotros. Nadie nos asegura que será suficiente. Pero al menos intentémoslo. Dicen que la experiencia es lo que permite reconocer un error … la segunda vez que lo cometemos (Franklin P. Jones). Ocurre que aquí no habrá segunda vez. No hay planeta de repuesto, al menos no al alcance suficientemente cercano en el espacio y el tiempo. Y en este único, estamos todos interconectados. Más fuertemente que en cualquiera de las redes sociales. Respirando el mismo aire, bebiendo las mismas aguas. Hagamos que siga siendo vivible.