Leo en un prestigioso diario digital que ‘los jóvenes de hoy tienen menos sexo casual’. El articulista atribuye el fenómeno a que ‘los boliches y los bares permanecen cerrados, y las aventuras de una noche son prácticamente ilegales. No hay viajes laborales ni de estudio; no hay fiestas a las que asistir, ni cenas grupales que planificar’.
Aceptando la verisimilitud de la observación – no dispongo de información estadística concreta y fiable – obviamente no sería el único aspecto de nuestra cotidianeidad que ha sido afectado por este año largo de pandemia y distanciamiento social. Pero vale como emergente de cómo las relaciones y los comportamientos interpersonales han resultado alterados. Y, lamentablemente, por mucho tiempo; tal vez para siempre. En otras palabras: La pandemia pasará mientras estas nuevas y diferentes formas de relación con otros puede que perduren.
Lo sexual es tan solo una más de las relaciones entre las personas. Acertadamente en mi opinión, el cronista señala que ‘Cuando las personas tienen relaciones sexuales, generalmente, tienen contacto piel con piel, y este tipo de contacto es la forma primordial en la que nosotros, como humanos, nos consolamos.’ Me permito ampliar señalando que este contacto piel con piel como medio de consuelo y reducción del stress lo compartimos con buena parte del reino animal; no solo con los primates sino también con parientes mamíferos más lejanos. Si bien en sus orígenes estos comportamientos seguramente respondían a necesidades de higiene para eliminación de parásitos, espinas y otras injurias sobre el cuerpo del otro, a lo largo de las generaciones – al menos entre los humanos y animales domésticos – la necesidad higiénica desapareció mientras que el comportamiento, el acariciar(se) el tocar(se) el frotar(se) uno con el otro quedó. Es habitual que – humanos inclusive – conservemos comportamientos no voluntarios que hoy carecen de funcionalidad práctica pero sí la tuvieron generaciones ha. Parafraseando a Jung, son comportamientos ‘arquetípicos’.
En el caso del sexo, ‘la conexión sexual regula el estado de ánimo mediante la liberación de la hormona del bienestar, la oxitocina. El sexo puede ayudar a estimular el espíritu a través de las endorfinas que elevan el estado de ánimo.’ Estamos entonces en presencia de una actividad que amén de establecer y fomentar el vínculo con el otro, produce un beneficio inmediato para el sujeto que lo practica.
Y para cerrar el capítulo referido a las relaciones interpersonales y los vínculos, el hecho de que los humanos seamos una especie particularmente longeva, de nacimiento prematuro y cuyas crías necesitan del cuidado de los adultos para simplemente sobrevivir y por períodos extremadamente prolongados, hace que el establecimiento y mantenimiento de vínculos colaborativos sea más necesario que en otras especies.
Frente a todo este panorama introductorio, ¿ qué es lo que nos ha dejado la pandemia ?
Más allá de que el reunirnos con el / la amante no conviviente es – efectivamente – ‘violar la ley’ como machaconamente nos repiten hasta el hartazgo desde los medios de difusión y esto seguramente genera sentimientos inconscientes de culpa, de ‘estar en falta’, la pandemia en sí y las regulaciones del ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) alteran el equilibrio nutricio – hostil de la percepción del otro. Pichon Riviere enseña que la maduración del sujeto pasa justamente por aprender a reconocer lo nutricio y lo hostil, sin equivocarse. El sujeto que percibe los hostil como nutricio seguramente será devorado … el que se equivoca al revés, perecerá de inanición.
En esta pandemia han resultado redefinidos los paradigmas. Hemos ‘aprendido’ que ‘el otro’ es fuente de peligro, enfermedad, y eventualmente de muerte. Qué más vale tenerlo lejos (a la segura distancia de 2 metros). De abrazos, besos y contacto de piel ni hablar. Hemos dejado de estrecharnos la mano, ese gesto de confianza básica construido a lo largo de 300 generaciones: Quien da la mano está (de)mostrando en forma más que elocuente que no va armado. Incluso el saludo gestual levantando el brazo y mostrando la palma hacia el otro (otra forma de mostrar que uno va desarmado) ha caído en desuso … ambos reemplazados por el ‘choque de puños’ (y ¿ qué se ocultará en esa mano cerrada ? ). Transitamos por la calle con medio rostro tapado con lo cual nuestra expresión se ve absurdamente reducida.
Hemos reemplazado la comunicación directa, el ‘contacto de piel’ entendido en sentido mucho más amplio que el meramente sexual, por la mediatizada tecnológicamente: Whatsapp, teléfono, correo electrónico, videollamadas, teleconferencias, etc. Y hacemos como si fuera lo mismo. Pero no lo es. En la enseñanza, mis cuatro décadas de experiencia docente me permiten afirmar categóricamente que se aprende mucho más del par, del compañero que del profe, maestro, JTP. Piaget lo señala acertadamente: El aprendizaje es un proceso de construcción de conocimiento, no de mera transmisión del pre-existente, donde el docente juega el rol de facilitador, no de fuente. Y para que el aprendizaje ocurra, hace falta la interacción directa entre discípulos y – obviamente – el docente. No hay reunión de Zoom o Meet que lo reemplace.
Lo que hemos instalado tiene una sola palabra: MIEDO. En sí mismo, el miedo no necesariamente es algo perjudicial … por el contrario, permite anticiparse y sopesar los beneficios esperables y los riesgos a correr. Basta observar el comportamiento de las diversas especies de animales, alternando entre vigilancia y procura de alimento. También en eso somos mucho más ‘animales’ que lo que queremos reconocernos.
Pero el miedo tiene la particularidad de que rápidamente se transforma en figurativo; seguimos temiendo aún cuando la fuente de hostilidad, de peligro ya ha desaparecido. Esta pandemia terminará … la historia de las anteriores (pestes, gripe española) permite predecir que ello ocurrirá dentro de uno a dos años más. Pero el miedo y a partir de este la percepción del otro como básicamente hostil puede perdurar mucho más, incluso varias generaciones. Sin pretender minimizar los enormes daños, las muertes, los costos económicos, este es el verdadero reto a que nos enfrentamos: a mantener la capacidad de vincularnos con el otro en forma colaborativa, piel a piel, percibiendo al otro como fuente de gozo y placer, no de peligro. ¡ Que así sea !