Solía veranear en Villa Gesell. Siempre evitando la temporada de huracanes, que según las más recientes informaciones solo dura de marzo a febrero.
El último, el 10 de marzo, con vientos de más de 140 kph y los destrozos imaginables. Para los que anden escasos de imaginación, aquí una galería de imágenes:
En lo personal, hace un par de años que abandoné Gesell por Punta del Este. No por cajetilla – que no lo soy – ni por snob, farandulero o nuevo rico (menos que menos). Solo ocurre que con mis recursos limitados obtengo comida y alojamiento decorosos a mitad de precio. Y me devuelven el IVA sin trámite engorroso alguno. Misterios insondables de la macro-economía.
Gesell por su parte en mi alma siempre estará unido a mi adolescencia y primera juventud. Los primeros escarceos amorosos en la playa esperando el amanecer. Algún porro que casi medio siglo más tarde no me averguenza confesar. Y tal vez las ‘Coplas …’ de Don Jorge Manrique clamando que ‘ … cualquiera tiempo pasado fue mejor.’ Aunque yo no lo crea … por ahora.
Volviendo al huracán – no soy experto pero como navegante he domado algunas tempestades – resulta que los vientos se producen en el ‘corredor’ entre dos centros de alta y baja presión. Cuanto más juntos estén los dos centros, más intenso es el viento. En el hemisferio sur, los vientos giran en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor del centro de alta presión. Los que quieran más info de un tema bastante árido pueden googlear ‘Coriolis’ y ‘Venturi’.
Pero como lo nuestro no son ni los recuerdos adolescentes ni la meteorología ‘per se’, pero sí la preocupación por el medio ambiente y el ‘hagamos algo para salvar al planeta y a nosotros sobre él’, vamos al grano: ¿ Qué está pasando para que en poco tiempo hayan aumentado tanto la intensidad como la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos ? Bingo !!! Adivinaste !!! La mano del hombre …
Entender es, creo yo, el primer paso para emprender alguna acción correctiva. Veamos entonces qué sucede allí donde la panza de la provincia de Buenos Aires avanza sobre el Atlántico Sur:
Ópticamente hablando, el mar es bastante oscuro. casi negro. Esto significa que absorbe la mayor parte de la radiación luminosa y calórica que recibe. La tierra cubierta de vegetación se comporta bastante parecido, especialmente en verano cuando la radiación incide más verticalmente y el verde de la vegetación es más intenso. Hasta ahí una situación bastante equilibrada y el viento – generalmente paralelo a la costa – alcanza para remontar barriletes, de lo que de chiquilín hice uso y abuso.
Pero desplacemos la vegetación nativa y cultivemos soja. La época de siembra es de setiembre a enero (soja de 1ra y 2da) … la de cosecha de marzo a julio. En diciembre – enero tenemos tierra pelada donde todavía no o apenas empieza a brotar el cultivo. El ‘milagro’ de la siembra directa tambien hace lo suyo: donde antaño el arado removía la tierra hasta profundidades de 30, 40 y hasta 60 cm sacando a la superficie capas más profundas (húmedas y oscuras), ahora pasa la sembradora y deja el terreno liso como un espejo. La semillita transgénica a 7-8 cm de profundidad, convenientemente humedecida y rodeada de nutrientes queda invisible.
Ocurre que la tierra desprovista de vegetación es muchísimo más clara que el océano y refleja la radiación con mayor intensidad. Consecuencia directa es que el aire sobre tierra firme queda más frío que sobre el mar produciendo alta presión sobre el continente y baja sobre el mar. Cuanto más juntos los centros de presión … ya sabemos … más intenso el viento.
Si se tratara de un par de hectareas, probablemente nada sucedería. No he conseguido cifras de la superficie sembrada con soja en la provincia, pero una razonable estimación la lleva por encima de los 10 millones de hectareas … o sea 100.000 kilometros cuadrados … un tercio casi completo del total de la provincia. Algún impacto es previsible.
A lo que voy, para ir cerrando, es que la actividad humana – una vez más – está alterando el delicado equilibrio de la naturaleza. No se trata sólo de los GEI (gases efecto invernadero) sobre los que hablamos en notas anteriores. Es cierto, necesitamos alimentos para 7500 millones de seres humanos que habitamos aquí. Sin considerar siquiera cuestiones relativas a lo desigual de la distribución de lo producido, si el precio de aumentar los rindes depredando el equilibrio de la naturaleza es que se nos vuelen los techos, creo que es un negocio de tontos. Y sin olvidar el detalle de que los techos volados son los que cubren, probablemente, justamente a aquellos que menos profitan con el cultivo de soja.
Hagamos algo para que Tierra siga siendo habitable y no tengamos que ‘rajarnos’. Más allá de que – aún si fuera posible – solo unos pocos lo lograrán. No parece un buen plan.